A simple vista es muy obvio. Si no sabemos algo, lo preguntamos. ¿O acaso alguno nació aprendido? Pero la realidad nos demuestra que no es tan obvio. Nos da pánico hacer preguntas, mucho más si deben hacerse en público.
¿Que nos lleva a no preguntar algo que evidentemente no sabemos o entendemos?
El miedo. Ese sentimiento que nos arrebata descaradamente tantas oportunidades y sueños. Es nuestro instinto de supervivencia. Si preguntamos, creemos que seremos objeto de burla ante los demás, pues de niños así nos lo hicieron entender. Cuando somos adultos nos olvidamos que lo que sabemos es porque lo hemos aprendido en algún momento. Hay algunas cosas que las aprendimos hace tanto tiempo que se nos olvida donde y como las aprendimos, asumiendo que todos la deben saber, nos parecen obvias. Y ese fue el error que cometieron con nosotros y que seguimos cometiendo generación tras generación.
Cuando un niño nos hace una pregunta, debemos entender a consciencia, que si la está haciendo, es porque no sabe. Si no sabe, es porque no tiene porque saberlo. Entendiendo esto, nuestra respuesta, incluyendo el tono y los gestos con que la acompañamos, deben tratar de dar la explicación que está pidiendo y hacerlo sentir que está bien preguntar.
Hay preguntas de los niños que nos generan risa por su inocencia. Es inevitable, porque no hay nada más tierno que un niño y sus apuntes inocentes. Sin embargo, al reírnos de ellos, les estamos quitando esa inocencia que todos quisiéramos volver a tener. Evitemos reírnos delante de ellos, mucho menos en forma de burla. Tampoco tenemos derecho a contar la anécdota a todos nuestros conocidos, mucho menos delante del niño para que todos se terminen riendo de una simple pregunta. Aunque nuestra intención no sea la de hacer sentir mal al niño le estamos causando un daño irreparable para su futuro.
El peligro de las suposiciones
Cuando no sabemos algo, en cualquiera de nuestros entornos (colegio, universidad, oficina, familia, amigos) pasamos de correr el riesgo de hacer la pregunta a arriesgarnos a suponer, lo cual puede ser mucho más peligroso. Al no buscar la respuesta en la fuente correcta nos damos nosotros mismos la explicación. ¿Que se puede esperar de una respuesta que la obtuvimos de alguien que no sabe, es decir, de nosotros mismos? Existe una gran probabilidad de que no sea la adecuada, sin embargo la convertimos en la verdad absoluta porque no tenemos otra, ocasionando que nos vayamos por el camino equivocado, perdamos tiempo valioso, destruyamos confianza, hagamos las cosas mal y perdamos oportunidades.
Cada vez soy más consciente que, como adultos somos muy responsables del comportamiento futuro de las siguientes generaciones y que no podemos cometer errores que, sin intención, nuestras generaciones anteriores cometieron con nosotros.
Podemos influir para que la nueva generación no crezca con el miedo a preguntar, pero no podemos volver el tiempo atrás para no sentirlo nosotros. Así, que debemos hacer el esfuerzo y superarlo. Para lograrlo, empecemos por respetar las preguntas que hacen otros, que sea cual sea la pregunta, por lo menos son valientes para hacerla. Y cuando sintamos miedo de hacer una pregunta, pensemos: “No hay pregunta boba sino bobo que no pregunta”
Excelente!!!!
Ayyy la inocencia de los niños
Interesante